jueves, 4 de marzo de 2010

Antonio Jesús Alcaide



Antonio J. Alcaide (Granada, 1967) confiesa haber dejado ya de ser un niño prodigio, lo cual no le ha impedido publicar su primer libro de poemas, Los Premios Perdidos, en ¡2005! Cinéfilo empedernido, profesor de literatura a ratos y de ética casi todo el tiempo, trabaja en la actualidad sobre un ambicioso proyecto multidisciplinar (La música de las esferas), y acepta gustoso ser el primero de la saga “de viris illustribus” que hoy, con homenaje a San Jerónimo incluído, inicia La Torre de Papel.

Antonio, ¿Corren realmente malos tiempos para la Lírica, o es sólo el título de una canción?

Aunque me gusta la canción y la uso a menudo como cita, creo que ocurre exactamente lo contrario: para la poesía los malos tiempos son los buenos porque nace de la tensión, no de la distensión. Lo que ocurre es que estos tiempo son demasiado “buenos” en el sentido de “cómodos” y eso no nos lleva a ser muy creativos.

¿Es la poesía un arma cargada de futuro o más bien el futuro se ha cargado definitivamente la poesía?

Como ya no creemos en el futuro, vivimos por fin sólo el presente y digo por fin porque hemos hecho realidad el viejo tópico del “carpe diem” y estamos todo el rato “atrapando el día”, como si fuera arena entre los dedos y el futuro –darse un chapuzón en la esperanza- queda aplazado. La poesía está hecha a nuestra imagen y semejanza ahora, es un pelín comercial y lo de pensar en el futuro no vende nada.

¿Recuerdas el primer libro que leíste?

Kim, de Rudyard Kipling. Tuvo la culpa de muchas buenas inclinaciones. Maravillosa la historia de un chico metido a espía en la India colonial acompañando a un santón que no se entera de nada y busca el río de la salvación. La mentalidad práctica frente al ideal. Otros Sancho y Quijote.

Dinos un libro que nunca has olvidado y otro que es mejor olvidar.

El conde de Montecristo. Es un personaje que me hubiera gustado vivir. Y siempre tengo en la cabeza. El conde Lucanor. Es una especie de manual práctico para la vida que todavía me sirve y que cito ante la sorpresa de la gente que me rodea –una de mis pequeñas concesiones a la pedantería-.

Libros para olvidar: La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa. Creo que ahora no aguantaría ni cincuenta páginas.

¿Qué opinas de los libros electrónicos y las bibliotecas virtuales?

Las bibliotecas virtuales son una idea excelente para los que viven en un pueblecito perdido en la sierra, cualquiera que sea. Recuerdo un tiempo en que había que comprar casi todo lo que querías leer. Pero el libro electrónico y la biblioteca virtual son algo añadido, una nueva modalidad de acceso a la cultura o la lectura que no va a sustituir al libro físico. Ahora vuelven los discos de vinilo que parecían totalmente aniquilados por el CD. Y el libro sin adjetivo siempre ha disfrutado de una buena vitalidad.

Espacio para la publicidad: nueve palabras para promocionar tu libro.

Lúcida y descarnada visión del amor y la literatura.



Una de las venas más profundas de tu poesía es la del amor y el erotismo ¿crees que todo está dicho sobre esos temas o aún se puede aportar algo?

Como me has dejado para la promoción un espacio reducido de nueve palabras, aprovecho esta pregunta para continuar con la publicidad y citarme –no suelo abusar, lo que pasa es que me acuerdo más de lo que yo escribo que de lo que escriben los otros-. Creo que un poema del libro dice algo así como:

No puedo escribir otros versos
que los ya escritos por aquellos
que me precedieron en este blanco desierto.
No puedo otras palabras,
y los lugares son endiabladamente comunes.

Como el hada buena, alterar
tan sólo un poco el encantamiento.

La página vacía es un desierto cuando te acercas. Y curiosamente por ella transitan los poetas casi siempre siguiendo las mismas rutas en largas caravanas o movimientos literarios. Los tópicos o lugares comunes son eso, comunes. Y uno llega con la sensación de que el cuento está ya bastante crecidito, bastante fastidiado y sólo queda con la mejor voluntad de hada buena cambiar ligeramente el encantamiento.

El erotismo es una faceta más de la realidad. No creo que haya que dividir la poesía en erótica –si no oculta este aspecto- y resto de poesía –si no lo hace explícito-. Está ahí, me interesa, me interesó mucho en su momento y por eso impregna los versos.

Da la impresión de que Los premios perdidos es un símbolo de muchas cosas perdidas, y no sólo de galardones no conquistados ¿es eso realmente así?

Sí, exactamente eso quería sugerir. Me siento un eterno finalista tanto en los premios literarios como en los otros, los que la vida da o quita. Parte de una generación que más que “perdida” es una generación “sándwich”, bocadillo o emparedado como traducían cómicamente en aquellos libros de Los siete secretos. Obligados a ser universitarios y traducir en éxitos sociales las aspiraciones de nuestros padres, que no tuvieron esas oportunidades y empujados por otros más jóvenes que, como tiene que ser, no nos tienen mucha consideración.

Todo mejora cuando impugnas jurados y certámenes, o mejor, les das de lado. Y me refiero a los premios de la vida, claro está. Los otros nunca vienen mal.

¿Está bien tratada la literatura en los planes de estudio de los institutos?

Parece una pregunta retórica. No, está mezclada con la lengua y es su “criada” como antiguamente lo fue la filosofía de la teología. Es un poco irónico: la mayoría de los profesores de lengua y literatura estudiamos filología para enseñar –y aprender- literatura y acabamos en la ortografía. Eso nos produce una frustración que nos impide descubrirles la literatura a los chavales. Se puede luchar contra esta situación, vosotros los hacéis maravillosamente desde La Torre de Papel, a pesar de los planes de estudio y las programaciones. Vamos a hacerlo. Profes de literatura del mundo entero, uníos.

Elige cualquiera de tus poemas y coméntanos de dónde te surgió la idea y cómo lo trabajaste.

Por ejemplo:

Ciudad del sentimiento.
Sus casas son de carne.
Muelle la vida en ellas,
si se mudara donde yo la siento.

La idea de este poema parte de una idea más general que me sirvió para una de las partes del libro: los seres imposibles. En ella propongo una vida basada en los sentimientos, el placer, las sensaciones, lo contrario de aquello en lo que hemos convertido la nuestra. Así trabajo mejor, partiendo de una idea básica que fragmento en varios poemas creando un pequeño ciclo. Los poemas se me ocurren con facilidad –otra cosa es plasmarlos en algo inteligible y estético-.

En el primer verso se afirma esa ciudad, la del sentimiento. Por tanto sus casas no son duras, sino de carne. Vivir en ellas sería blando –fijaos como cada verso lleva al siguiente quitando todo lo superfluo o al menos eso intento-. Pero el subjuntivo del último verso lo cambia todo. Quizás tenía en la cabeza el “si hubiese buen señor” de Mío Cid. Me rondan frases sueltas cuando escribo y a veces se cuelan. Esa ciudad del sentimiento sólo es posible si ella “se mudara” –por seguir con el campo semántico de la ciudad- donde yo la quiero. Habla entonces del desencuentro de la vida diaria. La pasión es enemiga de las actividades extraescolares de los niños, del despertador, de limpiar el cuarto de baño...


¿Cuáles son los autores imprescindibles en cualquier biblioteca?

Si viniera una gran catástrofe, pongamos nuclear, y, como en mis adoradas películas del género, sólo quedaran un puñado de humanos, creo que para que todo empezara de nuevo bastarían Borges y Homero, Dostoievsky, Dickens y Galdós. Bécquer, Góngora y Shakespeare. Blake, Donne y Lorca. Sófocles y Dumas. Creo que la lista sería más larga de lo pensaba. Para una biblioteca pequeña, que empieza, basta con aquellos libros que aquellos que la organizan y miman puedan recomendar con fervor.

Dinos, a tu juicio, un escritor que esté sobrevalorado y otro que el mundo necesitaría conocer (o conocer mejor).

Decir aquí Luis García Montero para el primer tipo no sé si es una respuesta muy original. De todas formas guardo de él buen recuerdo como profesor. Podemos ver el proceso de nuevo en Andrés Neuman. ¡Ah, me olvidaba de Elena Medel! Hasta ahora la historia ha puesto a cada uno en su sitio, pero no sé si el mercado ha sustituido a aquélla.

Y entre los autores que merecen un mejor trato siempre me acuerdo de Salman Rushdi del que mucha gente opina que debe su puesto en la literatura al drama que vivió. A mí sin embargo me gusta su revisión del boom, pasada por los excesos de la cultura hindú. Su novela El suelo bajo sus pies es una de las mejores que recuerdo: total, profundamente sentida y con una estructura insuperable.

Y un total desconocido: Tibor Dery con su novela Monsieur G.A. en X, novela a la que tanto debe por ejemplo Paul Auster, que también me gusta.

No hemos hablado nada de cine. ¿Por qué te gusta ese otro lenguaje, ese mundo que transcurre entre imágenes en el breve intervalo de dos horas?

Pertenecemos a una generación de la televisión. El cine nos llegó a través de la pequeña pantalla, salvo aquellos días gloriosos en los que tu padre te llevaba a ver alguna de Disney o las horribles sesiones de cine de verano en las que era imposible concentrarse entre pipas, intermedios, cortes, frío, calor...

Voy poco al cine. La vida que llevo. Además me gusta la película para mi solo, sin distracciones. La gente es poco respetuosa en las salas. Así que, siguiendo el viejo ejemplo de Guillermo Cabrera Infante, en su sala de vídeo de su casa de Londres, asistimos en casa al espectáculo de las luces y sombras, los clásicos del cine mudo, el dorado Hollywood, en un duplicado de aquélla de Cabrera. Caprichos que tiene uno. Ver una noche Si no amaneciera o Dos en la carretera en la pantalla grande, a esas horas en las que todo está tranquilo... Disfrutar con las pequeñas cosas: una película, un libro, un poema, una conversación. Maxima in minima. Como esta entrevista. Y es que soy un extraño cruce de epicúreo y estoico: exprimir todo lo que podamos la vida y no esperar sin embargo grandes cosas de ella.

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