lunes, 24 de mayo de 2010

Fin de la temporada musical en la Biblioteca




Después de recorrer en los recreos un vasto territorio musical (cuyas últimas paradas han sido Van Morrison, Erroll Garner y Joni Mitchell, con su excepcional Turbulent Indigo), la temporada musical de la Biblioteca va tocando a su fin. Y lo hará, desde luego, a lo grande. Para empezar, esta semana disfrutaremos del fenomenal Soultrane de -y son palabras mayores para los amantes del jazz- John Coltrane
Continuaremos la semana próxima con The sorcerer, del desconocido guitarrista húngaro Gabor Szabo, para acabar y cerrar el curso con el mítico Kind of Blue, de Miles Davis, clásico entre los clásicos y auténtico colofón de esta segunda temporada musical de la Biblioteca. Que lo disfrutéis.

jueves, 13 de mayo de 2010

Escritores sin lengua
























Decía Luis Cernuda (un expatriado de marca mayor, que pasó la mitad de su vida en Inglaterra, dando clases en inglés a la vez que escribía sus mejores versos en español) que no pertenecemos a un país sino a un idioma. Que si en este desquiciado mundo algo nos da personalidad y nos permite vincularnos afectivamente a los demás no es la Geografía sino el Lenguaje. En fin, que es el lenguaje el que nos da un lugar en el mundo. Y esto valdría, claro, para la cantidad de exiliados que, como él, acabaron odiando el país en que nacieron mientras aún amaban la lengua en la que dijeron sus primeras palabras. Pero ¿y los escritores sin patria? ¿los escritores sin lengua? ¿Aquellos a los que la Historia les arrebató el Lenguaje?
La historia de la literatura universal abunda en ejemplos. Quizá el más famoso sea el del extraordinario escritor ruso Vladimir Nabokov, un noble de San Petesburgo que hasta los 40 años escribió en ruso pero que, forzado por el exilio, abanonó ese idioma para escribir lo mejor de su obra en inglés y en EEUU (no hay duda de que Lolita es la mejor "novela de carretera" americana, ¡y su autor era ruso!). En su caso, además, había algo de ironía porque Nabokov (un extraordinario profesor de literatura en la norteamericana Universidad de Cornell) acabó triunfando en la lengua del enemigo. Casos similares al suyo son el del judío rumano Paul Celan, que escribió sus mejores libros en alemán, y hoy, de hecho, es considerado como el mejor lírico alemán después de Rilke, o el del filósofo, rumano también, Emil Cioran , que prefirió el francés, lengua en la que escribió sus mejores obras, como Ese maldito Yo. Distinto es el caso de Samuel Beckett, irlandés de pura cepa que, casi por capricho, escribió en francés sus mejores obras teatrales (señaladamente Esperando a Godott) para después traducirlas él mismo al inglés.
No obstante, los casos más singulares de este fenómeno que comentamos son los de aquellos que pertenecieron a varias patrias, geográficas y linguísticas, por avatares de la Historia, y gracias a ello acabaron teniendo una visión de mundo mucho más rica que cualquier otro literato de su tiempo. Notorio es el ejemplo de Elías Canetti, escritor y Premio Nobel, que jamás llegó a conocer más patria que el idioma alemán (en el que escribió su obra maestra Auto de Fe), pues sus padres, de orígen sefardí, lo trajeron al mundo en una ciudad del viejo Imperio Otomano que fue invadida por Rusia y al final acabó perteneciendo a Bulgaria. Con todo, el caso más señalado sería el del gran escritor británico de novelas de aventuras Joseph Conrad, que nació como Jozef Korzeniowski en la Polonia de 1857. Era un niño cuando su país fue invadido y ocupado por Rusia, posteriormente transformado en zona de la Unión Soviética y actualmente Ucrania. Ante este lío no es de extrañar que el joven Jozef acabara nacionalizándose británico y escribiendo en inglés sus magníficas novelas, tan inolvidables como El corazón de las tinieblas, El agente Secreto o Lord Jim. Cuando, ya en su vejez, un patriótico periodista le preguntó: "Señor Conrad, pero usted ¿es polaco? ¿ruso? ¿ucraniano? ¿soviético? ¿británico? ¿o qué?" Él respondió con calma "o qué".

jueves, 6 de mayo de 2010

Mayo: Bartleby, el escribiente

Cuando Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs emprendieron esa genial recopilación ce cuentos que titularon Antología del cuento triste, no tuvieron ninguna duda sobre la pieza que debía encabezarla: Bartleby, el escribiente, sin duda la obra maestra de Herman Melville, lo que no es decir poco para un autor que cuenta en su haber con títulos del calibre de Moby Dick. Parábola de nuestro desalmado mundo y de la absoluta insignificancia del ser humano en esta jungla artificial que llamamos "vida", Bartleby, el escribiente es el gérmen de Kafka y de Proust, también de Rilke; en definitiva: es la obra fundadora de la literatura contemporánea. En ella, la ruindad, la falta de libertad, la impotencia, el vacío, la cobardía, la absoluta fragilidad de la existencia, la inseguridad sobre nuestras decisiones, y el convencimiento casi zen de que el ser humano es una defectuosa nota a pie de página en el gran libro del mundo, están tratadas con toda la fuerza de una prosa sencillamente demoledora, como un cuento cruel sobre un pobre oficinista desbordado por la realidad. Con la sencillez de un cuenta-cuentos disecciona las vísceras del mismo mundo terrible que Edward Munch plasmara en su cuadro El Grito.Y por si esto fuera poco para que la obra de Melville se impusiera como nuestro libro recomendado para el mes de Mayo, os la ofrecemos además en la versión ilustrada de Nórdica Libros, con los inquietantes dibujos de Javier Zabala. Un lujo al alcance de todos, porque está en la Biblioteca. No tenéis que ir más lejos.