jueves, 25 de marzo de 2010

Los Olvidados


Es curioso que la literatura, que se inventó para que no nos olvidáramos de las cosas, esté curiosamente llensa de autores olvidados, cuyos nombres nos suenan menos que los de los componentes del equipo de waterpolo de Burkina Fasso. Y es pena porque parece que en esto de la literatura se ha impuesto también lo de "Los 40 Principales"; esto es: te repito mil veces la canción hasta que te parezca increíble, así que si no te suena es porque es mala. Así que si en El Guardián de Enero hablamos de escritores que buscaron a propósito ser olvidados, hoy catalogaremos aquellos que se merecían algo más que la pesada losa que el olvido dejó caer sobre ellos.
Empezando por el principio. En la antigüedad hay ya un olvido imperdonable: el de Hesíodo, que menos mal que no alcanzó a ver cómo Homero se llevaba toda la fama y a él no le quedaban ni las migajas, que si no Los Trabajos y los Días lo escribe su tía. Otro caso que se las trae es el del más grande de los poetas medievales, Omar Khayyam, al que le tocó ser persa en un mundo cristianizándose a toda mecha, así que de sus increíbles Robbayatt ni a dios (ni a alá) muy buenas.
En el cambio del S.XIX al XX hay tres olvidos casi delictivos: el primero el novelista y poeta suizo Robert Walser, sin el que Kafka no sería nada, y que, después de escribir obras maestras como El Ayudante o Jakob Von Gunten, le dio tiempo de volverse loco y vivir ¡30 años sin hablar! en un manicomio de Herissau. Así que ni él estuvo para hablar en su favor. Otro que tal baila: Knut Hamsun, que en Noruega debe ser Dios, pero ¿a quién le interesa un dios noruego? Antes de recibir el Premio Nobel escribió Hambre, y después de recibirlo Pan, pero ni la una ni la otra le dieron de comer, para que engañarnos. Aunque tal vez el caso más triste sea el del francés Jules Renard, porque él sí buscó con ahinco una fama que le fue esquiva. Contemporáneo y maestro de Maupassant, Flaubert, Mallarmé o Toulouse-Lautrec, escribió un monumental Diario en el que se queja a menudo de la penosa cárcel del desprecio y del olvido ("sé que todos los grandes hombres fueron ignorados en vida, pero yo no soy un gran hombre, así que preferiría ser famoso inmediatamente", escribió).
Entre nosotros la verdad es que el catálogo de raros y olvidados es bastante copioso. Está el decadente Alejandro Sawa, borrachuzo genial que se perforó el estómago cuando en realidad lo que pretendía era perforar las entrañas de la sociedad burguesa. O el boxeador anarquista Andrés Carranque de Ríos, que pasó de estibador de barcos a estrella de cine mientras escribía La vida difícil. O el espantoso gordo Antonio de Hoyos, marqués de Vinent, modernista y dandy, frecuentador de chulos y torerillos de poca monta, y víctima incluso de palizas en oscuros callejones, que en El pecado y la noche hizo la crónica de las crónicas sobre la nocturnidad y su alevosía. Y, para acabar, todo un maldito: el novelista sevillano Alfonso Grosso, probablemente el mayor narrador español de su siglo y al que se negó el pan y la sal de la memoria por hacer descrito la cara oculta de todo el tinglado rociero en Con flores a María. Dejó algunas obras maestras como Florido Mayo o Un cielo difícilmente azul que para él en verdad fue casi negro.
Y sin embargo hay autores a los que, como a Elektra, les sienta bien el luto y les pega ser mártires del olvido porque, como decía Oscar Wilde, hay que preferir siempre lo más trágico.

domingo, 21 de marzo de 2010

La Conjetura de Perelman

El tipo de la imagen es el extraordinario matemático ruso Giorgi Perelman, excéntrico y experto en rechazar premios (como la medalla Fields, en cuya entrega dejó plantado a todo el mundo), ha sido nuevamente galardonado, esta vez con el Premio del Milenio, del prestigio Instituto Clays, y dotado con un millón de dólares. Perelman, que vive recluido en Rusia junto a su madre, resolvió en el año 2006 la Conjetura de Poincaré, que llevaba un siglo siendo un enigma, y está considerado uno de los más importantes matemáticos de la historia. El caso, no obstante, es que el propio Perelman parece ser un enigma en si mismo. Oculto, huidizo, nadie sabe ni dónde vive ni cómo se gana la vida, ni ha explicado nunca el por qué de su aversión a premios y reconocimientos. Simplemente se limita a no ir. La Conjetura de Perelman está servida.

Para saber más:
Perelman gana el Premio del Milenio

jueves, 18 de marzo de 2010

Festival de música, cine y deporte























En el mundo sumergido de hoy hacemos un vuelo rasante (sólo apto para experimentados pilotos) por la música, la política, la historia, el arte y el deporte de este siglo XX problemático y febril que ya hemos dejado atrás.

El extraordinario pianista de jazz Bill Evans (en la imagen) perdió a su mejor compañero de trabajo en un accidente automovilístico el mismo año en el que se inició una singular edificación europea que se mantendría en pie hasta el año de fallecimiento de un surreal pintor español. Este malogrado músico compartía nombre con un jazzístico escritor norteamericano que había vivido a este lado del paraíso pero murió en un año infernal en el que también lo hizo, asesinado en Méjico, un importante político revolucionario ruso. Ese mismo año infernal se estrenó en España una película que no ha conseguido llevarse el viento, y nació en un amazónico país el que con el tiempo iba a convertirse en el rey del deporte rey.
¿De qué hablamos hoy?

martes, 16 de marzo de 2010

Libro de Marzo: El Camino

Nuevamente la realidad precipita los acontecimientos, y la reciente muerte del gran escritor vallisoletano Miguel Delibes es motivo más que suficiente para dedicarle el mes de Marzo a uno de sus libros. De entre los mejores, El príncipe destronado, sobre la sensación de desplazamiento que sufren los hijos mayores cuando nace su hermano pequeño; o Los Santos Inocentes, una singular novela rural ¡de vanguardia! que cuenta, sin necesidad de ningún punto ortográfico, una tremenda historia de sumisión y clasismo.
Nosotros, en cambio, nos hemos decidido por El Camino, un título de 1950, tan sencillo como la historia de unos traviesos niños ("el mochuelo", "el moñigo" y el "tiñoso") en un pueblo manchego de posguerra. Entre las virtudes de este libro imprescindible están las de ser un canto a esas cosas que definitivamente se van perdiendo como lágrimas en la lluvia: el mundo de la infancia, ahora tan sacudida por la publicidad y la televisión (todas las niñas quieren ser "spice girls" y los niños "backstreet boys"); la sencillez y la humildad, absolutamente arruinadas hoy en este tan narcisista mundo nuestro; y el mundo rural, con sus hermosos secretos hoy despreciados en esta estresante vida moderna donde todas las ciudades aspiran a ser descomunales Manhattans engullendo lo que encuentran a su paso.
Con un manejo admirable de la lengua española, escrita y hablada, Miguel Delibes nos ofrece en El Camino una inolvidable lección de vida, que estará presente en nosotros, aunque él haya dejado ya de estarlo.

jueves, 11 de marzo de 2010

El mundo más lírico






El enigma cultural de hoy, dedicado a la musa de la imagen, nos hará viajar por al menos dos continentes en tres siglos de nuestra historia, y por la literatura, la ciencia, la política y hasta la numismática, pero no hay nada imposible para los frecuentadores del mundo sumergido. ¡Buen provecho!



Hoy buscamos un libro. Su autor nació el mismo año en que moría el "padre" de Huckelberry Finn y algo más al sur, pero en el mismo continente, se iniciaba una ilusionante Revolución. El año en que se publicó el libro que buscamos tuvo un verano muy triste para nuestro país, y el más famoso "poeta en Nueva York" padeció en agosto las consecuencias. El autor de este libro también vivió esos acontecimientos, que influyeron mucho en su muerte, acaecida el mismo año en que nacía en Santiago de Chile una escritora muy interesada en las casas y en los espíritus. El título del libro que buscamos tiene algo que ver con el más famoso invento de un "manoseado" político e inventor nacido en Boston el mismo año en que moría el autor del más famoso "canon" musical de todos los tiempos. ¿De qué hablamos hoy?

jueves, 4 de marzo de 2010

Antonio Jesús Alcaide



Antonio J. Alcaide (Granada, 1967) confiesa haber dejado ya de ser un niño prodigio, lo cual no le ha impedido publicar su primer libro de poemas, Los Premios Perdidos, en ¡2005! Cinéfilo empedernido, profesor de literatura a ratos y de ética casi todo el tiempo, trabaja en la actualidad sobre un ambicioso proyecto multidisciplinar (La música de las esferas), y acepta gustoso ser el primero de la saga “de viris illustribus” que hoy, con homenaje a San Jerónimo incluído, inicia La Torre de Papel.

Antonio, ¿Corren realmente malos tiempos para la Lírica, o es sólo el título de una canción?

Aunque me gusta la canción y la uso a menudo como cita, creo que ocurre exactamente lo contrario: para la poesía los malos tiempos son los buenos porque nace de la tensión, no de la distensión. Lo que ocurre es que estos tiempo son demasiado “buenos” en el sentido de “cómodos” y eso no nos lleva a ser muy creativos.

¿Es la poesía un arma cargada de futuro o más bien el futuro se ha cargado definitivamente la poesía?

Como ya no creemos en el futuro, vivimos por fin sólo el presente y digo por fin porque hemos hecho realidad el viejo tópico del “carpe diem” y estamos todo el rato “atrapando el día”, como si fuera arena entre los dedos y el futuro –darse un chapuzón en la esperanza- queda aplazado. La poesía está hecha a nuestra imagen y semejanza ahora, es un pelín comercial y lo de pensar en el futuro no vende nada.

¿Recuerdas el primer libro que leíste?

Kim, de Rudyard Kipling. Tuvo la culpa de muchas buenas inclinaciones. Maravillosa la historia de un chico metido a espía en la India colonial acompañando a un santón que no se entera de nada y busca el río de la salvación. La mentalidad práctica frente al ideal. Otros Sancho y Quijote.

Dinos un libro que nunca has olvidado y otro que es mejor olvidar.

El conde de Montecristo. Es un personaje que me hubiera gustado vivir. Y siempre tengo en la cabeza. El conde Lucanor. Es una especie de manual práctico para la vida que todavía me sirve y que cito ante la sorpresa de la gente que me rodea –una de mis pequeñas concesiones a la pedantería-.

Libros para olvidar: La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa. Creo que ahora no aguantaría ni cincuenta páginas.

¿Qué opinas de los libros electrónicos y las bibliotecas virtuales?

Las bibliotecas virtuales son una idea excelente para los que viven en un pueblecito perdido en la sierra, cualquiera que sea. Recuerdo un tiempo en que había que comprar casi todo lo que querías leer. Pero el libro electrónico y la biblioteca virtual son algo añadido, una nueva modalidad de acceso a la cultura o la lectura que no va a sustituir al libro físico. Ahora vuelven los discos de vinilo que parecían totalmente aniquilados por el CD. Y el libro sin adjetivo siempre ha disfrutado de una buena vitalidad.

Espacio para la publicidad: nueve palabras para promocionar tu libro.

Lúcida y descarnada visión del amor y la literatura.



Una de las venas más profundas de tu poesía es la del amor y el erotismo ¿crees que todo está dicho sobre esos temas o aún se puede aportar algo?

Como me has dejado para la promoción un espacio reducido de nueve palabras, aprovecho esta pregunta para continuar con la publicidad y citarme –no suelo abusar, lo que pasa es que me acuerdo más de lo que yo escribo que de lo que escriben los otros-. Creo que un poema del libro dice algo así como:

No puedo escribir otros versos
que los ya escritos por aquellos
que me precedieron en este blanco desierto.
No puedo otras palabras,
y los lugares son endiabladamente comunes.

Como el hada buena, alterar
tan sólo un poco el encantamiento.

La página vacía es un desierto cuando te acercas. Y curiosamente por ella transitan los poetas casi siempre siguiendo las mismas rutas en largas caravanas o movimientos literarios. Los tópicos o lugares comunes son eso, comunes. Y uno llega con la sensación de que el cuento está ya bastante crecidito, bastante fastidiado y sólo queda con la mejor voluntad de hada buena cambiar ligeramente el encantamiento.

El erotismo es una faceta más de la realidad. No creo que haya que dividir la poesía en erótica –si no oculta este aspecto- y resto de poesía –si no lo hace explícito-. Está ahí, me interesa, me interesó mucho en su momento y por eso impregna los versos.

Da la impresión de que Los premios perdidos es un símbolo de muchas cosas perdidas, y no sólo de galardones no conquistados ¿es eso realmente así?

Sí, exactamente eso quería sugerir. Me siento un eterno finalista tanto en los premios literarios como en los otros, los que la vida da o quita. Parte de una generación que más que “perdida” es una generación “sándwich”, bocadillo o emparedado como traducían cómicamente en aquellos libros de Los siete secretos. Obligados a ser universitarios y traducir en éxitos sociales las aspiraciones de nuestros padres, que no tuvieron esas oportunidades y empujados por otros más jóvenes que, como tiene que ser, no nos tienen mucha consideración.

Todo mejora cuando impugnas jurados y certámenes, o mejor, les das de lado. Y me refiero a los premios de la vida, claro está. Los otros nunca vienen mal.

¿Está bien tratada la literatura en los planes de estudio de los institutos?

Parece una pregunta retórica. No, está mezclada con la lengua y es su “criada” como antiguamente lo fue la filosofía de la teología. Es un poco irónico: la mayoría de los profesores de lengua y literatura estudiamos filología para enseñar –y aprender- literatura y acabamos en la ortografía. Eso nos produce una frustración que nos impide descubrirles la literatura a los chavales. Se puede luchar contra esta situación, vosotros los hacéis maravillosamente desde La Torre de Papel, a pesar de los planes de estudio y las programaciones. Vamos a hacerlo. Profes de literatura del mundo entero, uníos.

Elige cualquiera de tus poemas y coméntanos de dónde te surgió la idea y cómo lo trabajaste.

Por ejemplo:

Ciudad del sentimiento.
Sus casas son de carne.
Muelle la vida en ellas,
si se mudara donde yo la siento.

La idea de este poema parte de una idea más general que me sirvió para una de las partes del libro: los seres imposibles. En ella propongo una vida basada en los sentimientos, el placer, las sensaciones, lo contrario de aquello en lo que hemos convertido la nuestra. Así trabajo mejor, partiendo de una idea básica que fragmento en varios poemas creando un pequeño ciclo. Los poemas se me ocurren con facilidad –otra cosa es plasmarlos en algo inteligible y estético-.

En el primer verso se afirma esa ciudad, la del sentimiento. Por tanto sus casas no son duras, sino de carne. Vivir en ellas sería blando –fijaos como cada verso lleva al siguiente quitando todo lo superfluo o al menos eso intento-. Pero el subjuntivo del último verso lo cambia todo. Quizás tenía en la cabeza el “si hubiese buen señor” de Mío Cid. Me rondan frases sueltas cuando escribo y a veces se cuelan. Esa ciudad del sentimiento sólo es posible si ella “se mudara” –por seguir con el campo semántico de la ciudad- donde yo la quiero. Habla entonces del desencuentro de la vida diaria. La pasión es enemiga de las actividades extraescolares de los niños, del despertador, de limpiar el cuarto de baño...


¿Cuáles son los autores imprescindibles en cualquier biblioteca?

Si viniera una gran catástrofe, pongamos nuclear, y, como en mis adoradas películas del género, sólo quedaran un puñado de humanos, creo que para que todo empezara de nuevo bastarían Borges y Homero, Dostoievsky, Dickens y Galdós. Bécquer, Góngora y Shakespeare. Blake, Donne y Lorca. Sófocles y Dumas. Creo que la lista sería más larga de lo pensaba. Para una biblioteca pequeña, que empieza, basta con aquellos libros que aquellos que la organizan y miman puedan recomendar con fervor.

Dinos, a tu juicio, un escritor que esté sobrevalorado y otro que el mundo necesitaría conocer (o conocer mejor).

Decir aquí Luis García Montero para el primer tipo no sé si es una respuesta muy original. De todas formas guardo de él buen recuerdo como profesor. Podemos ver el proceso de nuevo en Andrés Neuman. ¡Ah, me olvidaba de Elena Medel! Hasta ahora la historia ha puesto a cada uno en su sitio, pero no sé si el mercado ha sustituido a aquélla.

Y entre los autores que merecen un mejor trato siempre me acuerdo de Salman Rushdi del que mucha gente opina que debe su puesto en la literatura al drama que vivió. A mí sin embargo me gusta su revisión del boom, pasada por los excesos de la cultura hindú. Su novela El suelo bajo sus pies es una de las mejores que recuerdo: total, profundamente sentida y con una estructura insuperable.

Y un total desconocido: Tibor Dery con su novela Monsieur G.A. en X, novela a la que tanto debe por ejemplo Paul Auster, que también me gusta.

No hemos hablado nada de cine. ¿Por qué te gusta ese otro lenguaje, ese mundo que transcurre entre imágenes en el breve intervalo de dos horas?

Pertenecemos a una generación de la televisión. El cine nos llegó a través de la pequeña pantalla, salvo aquellos días gloriosos en los que tu padre te llevaba a ver alguna de Disney o las horribles sesiones de cine de verano en las que era imposible concentrarse entre pipas, intermedios, cortes, frío, calor...

Voy poco al cine. La vida que llevo. Además me gusta la película para mi solo, sin distracciones. La gente es poco respetuosa en las salas. Así que, siguiendo el viejo ejemplo de Guillermo Cabrera Infante, en su sala de vídeo de su casa de Londres, asistimos en casa al espectáculo de las luces y sombras, los clásicos del cine mudo, el dorado Hollywood, en un duplicado de aquélla de Cabrera. Caprichos que tiene uno. Ver una noche Si no amaneciera o Dos en la carretera en la pantalla grande, a esas horas en las que todo está tranquilo... Disfrutar con las pequeñas cosas: una película, un libro, un poema, una conversación. Maxima in minima. Como esta entrevista. Y es que soy un extraño cruce de epicúreo y estoico: exprimir todo lo que podamos la vida y no esperar sin embargo grandes cosas de ella.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Los otros andaluces

Dejémoslo ya claro desde el principio: Andalucía no tiene nada que ver con el "duende", ni tiene "un arte que no se pué aguantá", ni encierra un "alma cantora" ni es poética de por sí, ni tiene un color especial... porque para hablar del "verde que te quiero verde" mejor lo dejamos. En realidad esos tópicos, manufacturados por magos de la publicidad como Alberti o Lorca (al que Borges, con mucho criterio, llamó "andaluz profesional"), han hecho mucho daño a nuestra tierra. Como si a fuerza de no poder ser ya otra cosa reivindicáramos para nosotros un arte intrínseco del que otras comunidades carecen. Algo así como "pobres, pero con arte", que maldita la gracia que tiene, porque ha servido para "vender" como específicamente andaluza una literatura hecha de tópicos y falsedades folclóricas, una literatura ingeniosa, colorista e inofensiva, que hacía de Andalucía el niño feo pero con gracia que es necesario siempre en todas las comunidades de vecinos. Desde hace ya mucho tiempo, en este país de todos los demonios, el andaluz es ese tipo que, en los chistes, es el más bruto de la reunión pero que... "es de gracioso cuando habla".
Y es que Andalucía es algo muy serio, y los mejores escritores de por aquí lo han demostrado siempre. Empecemos por Séneca, un cordobés que hace ya veinte siglos, nos habló sobre los peligros del excesivo amor a uno mismo, y que nos dejó obras geniales pero secas como el esparto (también muy andaluz, por cierto). El diálogo Sobre la felicidad sigue siendo insuperable.
También andaluz de Córdoba era Juan de Mena, otro tipo pesimista donde los haya y que dejó en el Laberinto de Fortuna (S.XV) una obra mayor de la poesía española, pero a menudo se nos olvida su grandeza porque, ay, es tan "poco andaluza" (esto es: profunda, bien escrita, y sin artificiales juegos de ingenio). Granadino fue el casi desconocido Diego Hurtado de Mendoza, un escritor admirable, al que se le atribuye el Lazarillo de Tormes, y que describió la realidad de su tiempo con ironía pero sin hacerse el gracioso (ni el "andalú"). También cordobés, como Mena y Séneca, era Góngora (sí, sí, ese hombre que, según Quevedo, iba a una nariz pegado), un antipático poeta de raza que revolucionó el arte del verso sin necesidad de convertir Andalucía en una postal trucada para turistas. Tampoco se puede decir que el onubense Juan Ramón Jiménez fuera la alegría de la huerta, pues era un poco amargado (a los poetas del 27 que venían a buscarlo a su casa les decía sin empacho que él no estaba, pero que no lo buscasen), pero es el mejor poeta español del siglo XX, y su "arte" está dentro de sus poemas y no en el envoltorio de colorines y de palabrería ingeniosa que, se dice, es propia de los andaluces. Tampoco más accesible era Luis Cernuda , un andaluz extraño, que odiaba la hipocresía andaluza, y ese enorgullecerse de ser cateto del que tanto alardean muchos paisanos. Dejó libros de poesía geniales (Donde habite el olvido, Como quien espera el alba...) y se largó de España para morir en una tierra extranjera en la que, con todo, se sentía menos estafado que en la suya. Un novelista sevillano absolutamente olvidado es Alfonso Grosso, que escribió a menudo sobre la terrible verdad de nuestra tierra: pobre, hundida en la misera y en la incultura, pisoteada por terratenientes y falseada por los poetas. Pero se ve que nadie quiso escucharlo, y novelas geniales como Con flores a María (una andanada impecable contra el tinglado rociero) fueron prohibidas primero y olvidadas después.
Y, por no seguir, mencionar de pasada a Fernando Quiñones, novelista gaditano y estudioso del flamenco, que nos dejó en títulos como Sexteto de amor ibérico lúcidas reflexiones sobre el olvido ancestral en que está sumida nuestra tierra, colonizada y explotada, primero en sus riquezas y después en su manipulada cultura.
Como no eran graciosetes ni superficiales, ni barnizaron la verdad con "poesía" a menudo se nos olvida que también fueron andaluces, y quizá de una manera más profunda y sincera.
Así que ya me diréis la gracia que tiene todo esto. De modo que en efecto, "andaluces, levantaos" es un lema que está muy bien, siempre y cuando no sea sólo levantar los brazos para bailar una sevillana, miralá cara a cara que es la primera... Hay tanto que hacer todavía.