Dejémoslo ya claro desde el principio: Andalucía no tiene nada que ver con el "duende", ni tiene "un arte que no se pué aguantá", ni encierra un "alma cantora" ni es poética de por sí, ni tiene un color especial... porque para hablar del "verde que te quiero verde" mejor lo dejamos. En realidad esos tópicos, manufacturados por magos de la publicidad como Alberti o Lorca (al que Borges, con mucho criterio, llamó "andaluz profesional"), han hecho mucho daño a nuestra tierra. Como si a fuerza de no poder ser ya otra cosa reivindicáramos para nosotros un arte intrínseco del que otras comunidades carecen. Algo así como "pobres, pero con arte", que maldita la gracia que tiene, porque ha servido para "vender" como específicamente andaluza una literatura hecha de tópicos y falsedades folclóricas, una literatura ingeniosa, colorista e inofensiva, que hacía de Andalucía el niño feo pero con gracia que es necesario siempre en todas las comunidades de vecinos. Desde hace ya mucho tiempo, en este país de todos los demonios, el andaluz es ese tipo que, en los chistes, es el más bruto de la reunión pero que... "es de gracioso cuando habla".
Y es que Andalucía es algo muy serio, y los mejores escritores de por aquí lo han demostrado siempre. Empecemos por
Séneca, un cordobés que hace ya veinte siglos, nos habló sobre los peligros del excesivo amor a uno mismo, y que nos dejó obras geniales pero secas como el esparto (también muy andaluz, por cierto). El diálogo
Sobre la felicidad sigue siendo insuperable.
También andaluz de Córdoba era
Juan de Mena, otro tipo pesimista donde los haya y que dejó en el
Laberinto de Fortuna (S.XV) una obra mayor de la poesía española, pero a menudo se nos olvida su grandeza porque, ay, es tan "poco andaluza" (esto es: profunda, bien escrita, y sin artificiales juegos de ingenio). Granadino fue el casi desconocido
Diego Hurtado de Mendoza, un escritor admirable, al que se le atribuye el
Lazarillo de Tormes, y que describió la realidad de su tiempo con ironía pero sin hacerse el gracioso (ni el "andalú"). También cordobés, como Mena y Séneca, era
Góngora (sí, sí, ese hombre que, según Quevedo, iba a una nariz pegado), un antipático poeta de raza que revolucionó el arte del verso sin necesidad de convertir Andalucía en una postal trucada para turistas. Tampoco se puede decir que el onubense
Juan Ramón Jiménez fuera la alegría de la huerta, pues era un poco amargado (a los poetas del 27 que venían a buscarlo a su casa les decía sin empacho que él no estaba, pero que no lo buscasen), pero es el mejor poeta español del siglo XX, y su "arte" está dentro de sus poemas y no en el envoltorio de colorines y de palabrería ingeniosa que, se dice, es propia de los andaluces. Tampoco más accesible era
Luis Cernuda , un andaluz extraño, que odiaba la hipocresía andaluza, y ese enorgullecerse de ser cateto del que tanto alardean muchos paisanos. Dejó libros de poesía geniales (
Donde habite el olvido,
Como quien espera el alba...) y se largó de España para morir en una tierra extranjera en la que, con todo, se sentía menos estafado que en la suya. Un novelista sevillano absolutamente olvidado es
Alfonso Grosso, que escribió a menudo sobre la terrible verdad de nuestra tierra: pobre, hundida en la misera y en la incultura, pisoteada por terratenientes y falseada por los poetas. Pero se ve que nadie quiso escucharlo, y novelas geniales como
Con flores a María (una andanada impecable contra el tinglado rociero) fueron prohibidas primero y olvidadas después.
Y, por no seguir, mencionar de pasada a
Fernando Quiñones, novelista gaditano y estudioso del flamenco, que nos dejó en títulos como
Sexteto de amor ibérico lúcidas reflexiones sobre el olvido ancestral en que está sumida nuestra tierra, colonizada y explotada, primero en sus riquezas y después en su manipulada cultura.
Como no eran graciosetes ni superficiales, ni barnizaron la verdad con "poesía" a menudo se nos olvida que también fueron andaluces, y quizá de una manera más profunda y sincera.
Así que ya me diréis la gracia que tiene todo esto. De modo que en efecto, "andaluces, levantaos" es un lema que está muy bien, siempre y cuando no sea sólo levantar los brazos para bailar una sevillana, miralá cara a cara que es la primera... Hay tanto que hacer todavía.