Hay libros que, en la mesilla de noche, son como píldoras para el insomnio. Lo sabemos. Son libros que nos perturbarán el sueño y nos harán sufrir; libros, cuyo terrorífico mensaje nos asediará tal vez toda la vida. Son libros de terror y pesadilla que, sin embargo, seguimos leyendo, generación tras generación, como si fuéramos una histérica hermandad de sádicos.
Aunque hay exagerados que quieren ver el nacimiento del género en la Divina Comedia de Dante, o incluso en el Dios temible del Antiguo Testamento, parece que el cultivo del "miedo literario" es más bien propio del S. XIX, cuando la industrialización y los avances científicos parecían controlar totalmente el mundo, y tan racionalista y previsible lo dejaron todo que cualquier elemento mínimamente inesperado que irrumpiera en nuestra vida la convertía en un infierno. Como es lógico fue en los países más industrializados donde más prolíferó la corriente terrorífica; por eso, los grandes maestros del género son todos anglosajones, porque fueron también ellos los primeros en verle las barbas al diablo (y también los primeros en reírse de lo mal que le quedaban: El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde).
Edgar Allan Poe ( "Los crímenes de la calle Morgue"), Arthur Machen (Los tres impostores) y, sobre todo, H.P. Lovecraft (profeta de todo un ciclo de apocalípticas narraciones de horror cósmico en el que primitivas y olvidadas civilizaciones se infiltraban en la nuestra para aniquillarla) son los papás del género, y su mamá tal vez Erzebeth Bathory, La Condesa sangrienta, una espeluznante dama húngara que utilizaba lo último en cosmética para mantener su juventud, y que fue la pesadilla real de muchas jóvenes de su tiempo (en realidad toda la galería de monstruos que inicia Frankenstein y continúan Carmilla, la mujer vampiro y el propio Drácula, no son más que versiones comerciales de su historia).
También es reseñable la larga tradición británica de "novela gótica" u horror medieval, que nace con Horace Walpole y su Castillo de Otranto, y Lewis y El Monje, pero llega a su moménto de esplendor con Melmoth el errabundo, la gran novela de terror metafísico de Robert Maturin.
En español es sobre todo al otro lado del charco donde se han hecho las aportaciones más interesantes: Julio Cortázar (La rosa amarilla) o Carlos Fuentes (La niña reina), pero siempre con cierta propensión a la desmitificación y al cachondeo. Y es que, hoy en día, para qué engañarnos, la realidad es bastante más terrorífica que la ficción, por eso el género, sniff, está algo desprestigiado, o mejor dicho: no necesita de elementos metafísicos o de ultratumba para arrebatarnos el sueño. Y quién aún lo dude, que lea la última novela de Isaac Rosa: El País del miedo. De nada.
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