Huidizo, malencarado y a la vez genialmente sutil, J.D. Salinger (el inspirador del título de estas columnas) nos ha dejado para siempre, y con él una forma de entender la literatura al margen de exhibicionismos y vanidosos redobles. Frente al simplón mundo de hoy, lleno de tipos que malvenderían a su madre por cinco minutos de fama, él decidió huir del vulgar aplauso para buscarse a si mismo lejos de los focos. Pero no fue el único...
Es posible que el genio excéntrico de Arthur Rimbaud le llevara a ser el primer escritor de primera fila que decidiera sacrificar la fama para salvarse. Poeta superdotado, a los quince años había revolucionado la poesía occidental con un puñado de versos inmortales. La gente lo adoraba. Fue el primer poeta "superstar" de la historia. Maniaco e impulsivo, a los dieciocho compuso Una temporada en el infierno y casi mata de un tiro a su amigo y amante Paul Verlaine. Luego decidió callar. Salió de la literatura por la puerta de atrás y sin apenas hacer ruido, para convertirse en empresario y tratante de esclavos. El poeta maldito acabó siendo un maldito negrero.
Otro que tal baila fue el espléndido escritor suizo Robert Walser, maestro y modelo de los más grandes escritores de su tiempo, que lo seguían en sus prolongados paseos como a un Mesías de la literatura. Harto de tanto "pelotilleo" y cansado del cínico mundillo literario, se retiró voluntariamente al manicomio más inhóspito de toda Europa, donde cuentan que vivió durante 25 años sin pronunciar palabra y fingiendo desconocer al escritor al que todos admiraban.
El caso de J.D. Salinger no es menos singular, pues escribió sus obras maestras apenas al terminar la mili, que en su caso fue en la II Guerra Mundial. Pero Nueve cuentos y El Guardián entre el centeno eran obras maestras y el mundo entero se rindió a sus pies. Convertido a su pesar e ídolo de hippies y adolescentes enloquecidos (el asesino de John Lennon, por ejemplo, era su histérico admirador), decidió alejarse del mundanal ruido y desaparecer del mundo de los vivos. Durante casi sesenta años no se ha sabido dónde vivía ni de qué, por eso ha sorprendido tanto su muerte, porque en realidad nadie se imaginaba que aún estuviera vivo. La imagen que acompaña a estas líneas es la única foto que se ha publicado de él en todo este tiempo, y está intentando golpear a un periodista que le ha "descubierto".
No se sabe si como homenaje a su maestro Salinger o como truco genial para evitar la notoriedad, el escritor Thomas Pynchon no ha divulgado más imagen suya que la de una foto de Primera Comunión y otra de espaldas. Así nadie tiene ni idea de quien es Pynchon fuera de sus libros. Otro caso singular es el de Bruno Traven , el autor de El tesoro de la Sierra Madre, que quiso a toda costa despistar a fans, cazatalentos y productres de cine. Lo más gracioso del asunto es que al parecer vivió haciéndose llamar Hal Croves, representante y único amigo del escritor Bruno Traven. Y ahí lo triste: el único amigo de Traven era el propio Traven.
Con todo, el caso más singular de entre los autores que han buscado como sea darle esquinazo a la fama es, sin duda, el del novelista italiano Gesualdo Bufalino, un escritor secreto durante toda su apacible vida de profe de instituto, y que sólo al cumplir los setenta años se decidió a publicar las evanescentes y líricas novelas que había ido escribiendo durante toda su vida. La fama y los premios le llegaron cuando era demasiado viejo como para que pudieran molestarle.
Barracas
Hace 4 años
Hola Alejandro. Es normal que haya gente que no le guste la fama, porque saben que si les llega la fama se volverán unos creídos que se creen que con decir una palabra tienen hecho un cuento (algo parecido a quien escribió "El dinosaurio", un cuento de siete palabras). Y muchos ejemplos de eso son los actores/as de Hollywood, aunque algunos/as no es que se crean muy guapos/as o inteligentes. Uno de los escritores mencionados más arriba, J. D. Salinger ha muerto hace 4 días. Una gran pena.
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