Ahora que, con pretexto sentimental, nos encontramos en uno de los periodos más consumistas del año, y amenaza (creo que, una vez más, sin éxito) el libro digital, habría que recordar que, mal que les pese a estos nuevos mercaderes, los libros no sólo cuentan historias. Los libros tienen su historia. Y aquí proponemos un breve repaso de las más novelescas vidas de algunos volúmenes.
Tomemos en primer lugar
La Celestina, genial obra dramática publicada originalmente en 1499 como
Comedia de Calisto y Melibea y mejorada después en 1502 hasta quedar convertida en
Tragicomedia de Calisto y Melibea. En cualquier caso el libro, de autor desconocido, era un rato raro porque en su primera versión tenía 16 actos y en la segunda 21 ¿quién se come una representación tan larga? Para colmo, la obra, que desde el primer momento adquirió categoría de clásico, incluía al principio uno de los peores poemas que se hayan compuesto jamás en lengua castellana, versos torpísimos y sin ritmo que mezclaban sin concierto refranes, hormigas y mitos griegos. Sin más: un despropósito. Y nadie, en todos los cien años siguientes, supo resolver el misterio de aquel patético poema que, leído acrósticamente (esto es: la letra inicial de cada verso en vertical), venía a decir: "El bachiller Fernando de Rojas acabó la Comedia de Calisto y Melibea y fue nacido en la Puebla de Montalbán". Todo eso, sin faltar una letra. Y así, gracias a este truco, Fernando de Rojas pasó a la historia sin pasar por la hoguera, porque la obra se las traía: era blasfema, suicida, magnicida y obscena, y la Inquisición hubiera dado buena cuenta de su autor de haber sabido quién era.
Otro libro con historia es el semi-desconocido
Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda, un tipo que nunca existió ni consta en registro civil alguno, pero que al publicar de manera oportunista en 1614 esta no del todo mala continuación de
Don Quijote acabó por decidir a Cervantes a continuar su propia novela en la más memorable segunda parte que vieron los siglos pasados y acaso vean los venideros. En la continuación cervantina don Quijote muere al fin, después de verse vencido por el bachiller Sansón Carrasco disfrazado de Caballero de los espejos... y fin de la polémica (Nabokov llegó a imaginar la genialidad que hubiera sido un apoteósico duelo final entre el don Quijote verdadero y el falso Quijote de Avellaneda).
Tampoco Shakespeare, un actor metido a autor, se libró de la polémica histórica, en este caso centrada más que en sus libros en él mismo, porque hay quien piensa que en realidad se trataba de una mujer disfrazada de hombre (las mujeres estaban vedadas en el teatro victoriano) o incluso un grupo de actores británicos imaginando obras para lucir sus cualidades interpretativas. Su extraña muerte, llena de coincidencias, y el hecho de que ninguno de los cuadros que lo retratan presente algún parecido han contribuido a alimentar la leyenda.
Podíamos seguir, y quizá lo hagamos en otro momento, repasando libros con historia, pero por hoy lo dejaremos recordando
La conjura de los necios un contracultural libro que John Kennedy Toole, un treintañero sin oficio ni beneficio, se cansó de presentar manuscrito a un sinfín editoriales que lo despachaban con sistemático e idéntico desprecio: era un don Nadie: ¿para qué tomarse la molestia de leerlo? Y John murió ignorado, pensando con razón que había una conjura de necios contra él. Sólo la insistencia de su madre Thelma durante más de diez años consiguió que el libro viera finalmente la luz batiendo todos los records y consiguiendo todos los premios. Nunca lo supo, pero John era, finalmente, alguien.
Pues yo tengo great expectations en el ebook. Estoy deseando echarle el ojo (a ver si bajan los precios...): No pesa, está iluminado...
ResponderEliminarSin adoptar una perspectiva demasiado apocalíptica me imagino que, con los e-books, pasará como con los papiros que, cuando tengas ya hecha una buena colección de volúmenes, te cambiarán el sistema operativo...
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