Decía
Luis Cernuda (un expatriado de marca mayor, que pasó la mitad de su vida en Inglaterra, dando clases en inglés a la vez que escribía sus mejores versos en español) que no pertenecemos a un país sino a un idioma. Que si en este desquiciado mundo algo nos da personalidad y nos permite vincularnos afectivamente a los demás no es la Geografía sino el Lenguaje. En fin, que es el lenguaje el que nos da un lugar en el mundo. Y esto valdría, claro, para la cantidad de exiliados que, como él, acabaron odiando el país en que nacieron mientras aún amaban la lengua en la que dijeron sus primeras palabras. Pero ¿y los escritores sin patria? ¿los escritores sin lengua? ¿Aquellos a los que la Historia les arrebató el Lenguaje?
La historia de la literatura universal abunda en ejemplos. Quizá el más famoso sea el del extraordinario escritor ruso
Vladimir Nabokov, un noble de San Petesburgo que hasta los 40 años escribió en ruso pero que, forzado por el exilio, abanonó ese idioma para escribir lo mejor de su obra en inglés y en EEUU (no hay duda de que
Lolita es la mejor "novela de carretera" americana, ¡y su autor era ruso!). En su caso, además, había algo de ironía porque Nabokov (un extraordinario profesor de literatura en la norteamericana Universidad de Cornell) acabó triunfando en la lengua del enemigo. Casos similares al suyo son el del judío rumano
Paul Celan, que escribió sus mejores libros en alemán, y hoy, de hecho, es considerado como el mejor lírico alemán después de Rilke, o el del filósofo, rumano también,
Emil Cioran , que prefirió el francés, lengua en la que escribió sus mejores obras, como
Ese maldito Yo. Distinto es el caso de
Samuel Beckett, irlandés de pura cepa que, casi por capricho, escribió en francés sus mejores obras teatrales (señaladamente
Esperando a Godott) para después traducirlas él mismo al inglés.
No obstante, los casos más singulares de este fenómeno que comentamos son los de aquellos que pertenecieron a varias patrias, geográficas y linguísticas, por avatares de la Historia, y gracias a ello acabaron teniendo una visión de mundo mucho más rica que cualquier otro literato de su tiempo. Notorio es el ejemplo de
Elías Canetti, escritor y Premio Nobel, que jamás llegó a conocer más patria que el idioma alemán (en el que escribió su obra maestra
Auto de Fe), pues sus padres, de orígen sefardí, lo trajeron al mundo en una ciudad del viejo Imperio Otomano que fue invadida por Rusia y al final acabó perteneciendo a Bulgaria. Con todo, el caso más señalado sería el del gran escritor británico de novelas de aventuras
Joseph Conrad, que nació como Jozef Korzeniowski en la Polonia de 1857. Era un niño cuando su país fue invadido y ocupado por Rusia, posteriormente transformado en zona de la Unión Soviética y actualmente Ucrania. Ante este lío no es de extrañar que el joven Jozef acabara nacionalizándose británico y escribiendo en inglés sus magníficas novelas, tan inolvidables como
El corazón de las tinieblas,
El agente Secreto o
Lord Jim. Cuando, ya en su vejez, un patriótico periodista le preguntó: "Señor Conrad, pero usted ¿es polaco? ¿ruso? ¿ucraniano? ¿soviético? ¿británico? ¿o qué?" Él respondió con calma "o qué".